
La reproducción asistida nunca es un camino fácil. Son procesos con un alto coste tanto emocional como físico para la mujer, pero en el IVF me sentí arropada y acompañada desde el primer minuto hasta el último: cuando no nos conocíamos y yo acababa de llegar, cuando empecé el tratamiento, cuando las cosas fueron mal y cuando fueron bien.
Siempre me sentí atendida, acogida, cuidada, con absoluta libertad para hacer cualquier tipo de consulta, para compartir inquietudes, miedos e inseguridades, e incluso para pedir respuestas. Y siempre con una sonrisa. E incluso alguna lágrima. Tal fue la empatía…
Siempre digo que las chicas del IVF son mis hadas madrinas: yo fui con un deseo y ellas lo hicieron realidad. A día de hoy tiene 7 meses y me hace pasar más horas de la noche despierta que dormida. Les estaré eternamente agradecida por ello a todas, porque forman un equipo excepcional desde la primera hasta la última.